viernes, 19 de septiembre de 2008

Se nos casó el Isma I: La Despedida

Es algo ya conocido. Un par de años después de la boda de su hermano mayor, el gran Josefo, Ismael decidió dar el paso y contraer matrimonio. Pero de esa historia nos ocuparemos en más profundidad en otra entrada. Ahora de lo que se va a hablar es de la despedida de soltero (de una de las dos que se sepa que tuvo).


El plan fue orquestado por la mente, brillante a la par que maligna, del Sr. Don Paco, y consistía en una serie de actividades gastronómico-recreativas en diversas ubicaciones del Algarve, lo que además le dio ocasión de demostrar sus conocimientos de la lengua portuguesa.


La lista inicial de convocados se fue reduciendo con las significativas bajas del Nano, el Pettenghi, Davíerdeconí y el Mariano, y creo que alguna más. Espero que tuvieran buenas razones para no acudir. De lo contrario podrían arder en Hel por la eternidad. De manera que, al final, quedamos sólo los de la foto (más que suficiente para pasar un gran fin de semana en Portugal).




Poco después de un suculento desayuno en el Horno del Rey, en Bormujos, y con una sagacidad propia de Sherlock Holmes, Hércules Poirot o de la vieja de "Se ha escrito un crimen", el novio no tardó mucho en averiguar el destino del viaje. Pistas (o despistes) por nuestra parte como "¿Alguien ha traído el balón?" o "Yo me he traído la cremita para el sol" le hicieron deducir rápidamente que nos dirigíamos a un sitio de playa. Y no digamos cuando por el manos libres del coche se escuchó la voz del Chema hablando desde el otro vehículo diciendo algo así como "Pues cuando lleguemos a Portugal..."


Nuestro primer destino era el Restaurante Os Infantes, en la población de Altura, no muy lejos de la frontera. Confirmamos nuestra reserva y nos fuimos a un chiringuito de la playa a hacer tiempo acompañandos de unas rubias espumosas mientras llegaba la hora de comer. Como nadie se había traído balón, aprovechamos para comprar uno que había de oferta porque estaba ya desteñido, de la de años que llevaría en exposición.






La hora de comer llegó. Una cacerola repleta de marisco cocido y almejas, con su salsita al fondo, sirvió de entrante para todos. Después cada cual disfrutó de su plato, casi todos algún tipo de pescado. Creo recordar que el único que tuvo coraje suficiente para acabárselo todo fue el Sr. Ferrín. Se añade a esto el mérito de comerse los langostinos con la cáscara. Finalizamos la pitanza con un surtido de postres adornado con sus bengalitas y todo.

















Después había que encaminarse a una playa que no estuviera lejos de Almancil, que es donde teníamos pensado hacer una competición de karts, cosa que el novio ignoraba, por supuesto. Ni cortos ni perezosos nos dedicamos a buscar una en el GPS y acabamos recalando en una playa de Faro, donde echamos una pachanguita al fútbol-playa con caídas varias por parte de un servidor y un fin de fiesta en el chiringuito de turno. Supongo que Faro tendrá más playas. La que visitamos estaba en una franja de tierra paralela a la costa, a la altura del aeropuerto, y a la que se accedía por un puente cuyo flujo de vehículos era controlado por un par de semáforos, puesto que no era suficientemente ancho para dos coches. La conocemos como la famosa, en Faro, playa de Faro.








Tras abandonar la playa y comprar la priva para la noche en un hipermercado cuyo aparcamiento tenía la mayor concentración de Mercedes, BMWs y Audis que he visto fuera de un concesionario, nos dirigimos hacia Almancil. Ismael iba un poco mosca, porque le habíamos hecho creer que lo llevaríamos a un paintball y que iba a salir magullado, lesionado e incluso mutilado, así que cuando llegamos al kart se puso eufórico. Ciertamente, podemos decir que las dos carreras que nos echamos en Almancil fueron el centro de la despedida, lo más comentado y más recordado. Cosas de la adrenalina. Corrimos ya con iluminación artificial, en los karts más grandes que había (los de 390 cc), que se podían poner a 80 Km/h en la recta de meta. La primera manga me la tomé con calma. Sufrí tres adelantamientos de cada uno de los demás. La segunda ya fue otra cosa. Me llevé alguna reprimenda por hacer trompos (completamente involuntarios por mi parte, claro), conseguí que no me adelantaran tanto e incluso puteé al Isma al quedarme parado en una curva obstruyendo el paso tras mi último trompo. Espero que los demás dejen sus comentarios abajo, para que quede constancia de las diferentes visiones de la carrera.






Una vez terminamos las carreras, el plan de Paco nos llevaba hasta Portimão. Si a alguien le ha dado por mirar un mapa, podrá constatar que nos hicimos una pechá de kilómetros. El hotel estaba a 700 metros de la playa, según Chema. Supongo que serían 700 metros a vuelo de gaviota, porque a paso de peatón los 2 kilómetros no se los quitaba nadie. Bajamos hasta el Telepizza a comprar algo de comer, volvimos a subir al hotel a tomarnos unos cubatillas, devoramos las pizzas cuando llegaron y, a eso de las 3 de la mañana, nos fuimos otra vez para la zona de "marcha". Poco hay que comentar de la "marcha" en Portimão. El ron es de garrafón, los cubatas son muy pequeños, los pubs cierran a las 4 y sólo quedan abiertas dos discotecas, la música que ponen es totalmente rallante, y el local de strip-tease es un timo. No vayáis (por lo menos, no al local de strip-tease).


Nos acostamos a eso de las 7 de la mañana. El Sr. Ferrín le echó huevos y se acostó en la terraza, donde pronto los rayos del sol matutino comenzaron a darle ese calorcito que sólo ellos saben dar en pleno mes de julio. Si a esto sumamos que el Isma encendió la máquina de aire acondicionado y que el chorro de aire caliente de fuera impactaba directamente sobre el durmiente, podéis imaginar que el Sr. Ferrín no tardó en meterse para el salón, donde a su vez le aguardaba una portentosa corriente de aire frío, que acabó por cortarle el cuerpo, obligándole a refugiarse en una cama que había en un rincón junto a la puerta del apartamento (es que era aparte-hotel, por si no lo había comentado). Mientras todo esto ocurría, Paco y yo intentábamos conciliar el sueño muertos de calor en otra habitación. Ni se nos pasó por la cabeza encender el aire acondicionado. Triste lo nuestro...


Obviando el desayuno, nos pusimos en marcha con la intención de almorzar por el camino de vuelta. Decidimos parar a comer en Faro, cerca del puerto, en una de las pocas calles de Faro donde los edificios no tienen la pintura desconchada. La conversación giró, como no pedía ser de otra forma, alrededor de la competición de la tarde anterior, entre otros temas. La comida estaba buena, pero ni punto de comparación con la de Os Infantes, a mi parecer.

Podéis ver el resto de las fotos siguiendo este enlace.

Salud y Mucho Metal

AP

3 comentarios:

Anónimo dijo...

He de aclarar que el DJ tugurio de strip-tease era mucho mejor que los de las discos cercanas, para un público de cuatro, digo ocho gatos...

Y en la terraza se dormía de puta madre, esas dos horas supieron a tres, cuanto menos.

Anónimo dijo...

La despedida fue absolutamente mitica!!!
Parecía una road movie por Portugal con estrellas invitadas como el señor Paco y Mr. Pulido. Ambos dos personajes que me plantaron la bolsa escrotal en mi tapicería nueva.

Estoy muy agradecido a todos por la legendaria despedida que me organizasteis.

sois cojonudos!!!

El Puli dijo...

¡Vaya! ¡Ya sabía yo que se me olvidaba comentar algo! ¡Lo de la tapicería del BMW 320 del novio (ese tal anónimo de arriba)!

Pues sí, para ponernos los bañadores y bajar a la famosa en Faro playa de Faro utilizamos, conste que por turnos, el asiento trasero del coche nuevo del homenajeado. Ni se nos ocurrió poner una toallita... Cuando le tocó el turno al Paco observó que me había dejado los calzoncillos por ahí tirados y, claro, protestó, el Isma se enteró, y comenzó a mostrar gran preocupación por el estado de la tapiccería después de haber tomado contacto con las mencionadas bolsas escrotales. ¡No pasa nada! ¡Al cuero le pasas un trapito y listo! Jejeje.